Durante el embarazo de mi hijo tuve muy claro que quería darle el pecho. Aunque lo respeto, nunca entendí a quienes ante la pregunta de “¿le darás el pecho a tu bebé?” contestaban que no sabían qué hacer o que ya lo decidirían más adelante. Desde mi forma de ver las cosas no había nada que decidir y en mi cabeza no entraba otra opción que no fuera la de amamantar a mi hijo con mi propia leche como hacen el resto de mamíferos del planeta. ¿Por qué darle a un recién nacido humano una leche de origen animal teniendo la suya propia? No cabe duda de que cada especie “fabrica” su propia leche en función de las necesidades nutricionales de sus crías por tanto es indiscutible que la leche humana es la mejor para criar a un bebé humano.
Al margen de esta “perogrullada” básica que sin embargo encierra tantos conceptos importantes en su interior, la opción de dar el pecho a mi hijo cobró importancia por lo siguiente:
- Dar el pecho ayuda a la madre en el postparto, minimiza el riesgo de sangrado y ayuda en la involución del útero (es decir, recuperamos antes nuestro peso)
- Dar el pecho aporta al bebé una valiosa dote de anticuerpos maternos que lo protegerá contra virus y bacterias en sus primeros meses de vida reduciendo el riesgo de infecciones respiratorias, digestivas y alergias
- Dar el pecho minimiza el riesgo de sufrir la muerte súbita del lactante
- Dar el pecho ayuda a la madre a prevenir cáncer de ovarios y de mama, así como otras enfermedades futuras (diabetes, osteoporosis…)
Paralelamente a estas evidencias científicas surgen otros motivos “logísticos” como la higiene, la comodidad, el descanso, el vínculo afectivo madre-hijo que se establece de manera insustituible… Recuerdo cuando tocaba la toma de madrugada y sólo tenía que coger a mi bebé, ponérmelo a mi lado en la cama y ofrecerle el pecho. Sin levantarme en mitad de la noche, sin esterilizar biberones, sin preparar la fórmula… sintiendo el calorcito de su boca y el compás de su respiración. En muchas ocasiones nos quedábamos dormidos, él escuchando los latidos de mi corazón con una sonrisita en los labios y yo orgullosa, empoderada y feliz de poder ofrecer a mi hijo alto tan valioso como mi leche.
Como he comentado en varias ocasiones los biberones de leche de fórmula que le fueron administrados a mi hijo en su primera semana de vida fueron, con casi total seguridad, los causantes de la aparición de su alergia a la proteína de leche de vaca; enfermedad que nos trastocó nuestra maravillosa lactancia y por la que nos vimos obligados a abandonar demasiado pronto. De no haber sido por ello estoy convencida de que hubiéramos podido gozar de una prolongadísima lactancia.
Yo, que pude comprobar por mí misma sin ideas preconcebidas y sin que nadie me lo contara, qué se siente dando el pecho a tu hijo puedo asegurar que es, con creces, la experiencia más bella de la maternidad (y una de las más hermosas e imborrables de la vida). Ese cruce de miradas madre-hijo, esas caricias de su manita sobre tu pecho desnudo, esa sonrisa que hace rebosar la leche por su comisura de los labios, esa respiración pausada y completamente compenetrada, ese fluir de amor por todos los poros de la piel… sólo se consigue con la lactancia materna.
Así que doy gracias por los casi tres meses en los que pude amamantar a mi pequeño y en los que ambos pudimos disfrutar del AMOR, en mayúsculas y de la unión, la paz y la felicidad que sólo este momento transmite.
Me alegro de que pudieseis disfrutar de esos casi tres meses de lactancia que sin duda siempre los tendrás en el corazón.
La verdad es que el único motivo que me impulsaba a dar el pecho era porque me parecía algo precioso, lógicamente sabía que era lo mejor y el alimento idóneo para el ser humano, pero fue después cuando me enteré de todos sus beneficios.
Besitos
No fue mucho tiempo pero fue una experiencia maravillosa que nadie me quitará jamás. Además, me alegra haber podido vivirla para que nadie tenga que contarme nunca lo bello que es