Cuando nació mi primer hijo el tema de las visitas se nos fue de las manos. El hospital se llenó de familiares y amigos a todas horas y todos los días, y en casa, los días posteriores al alta, vivimos un trasiego de ir y venir de gente.
Creo que la afluencia continuada de tantas personas se debió sobre todo a dos factores:
- El primero y principal es que mi Mayor fue el primer nieto, primer sobrino y primer hijo de amigos por ambas partes y esto hizo que, lógicamente, todo el mundo tuviera mucha prisa por conocerle.
- El segundo fue el buen tiempo que hacía cuando nació y que propició que las visitas se aposentaran en la terraza de nuestra casa, cervecita en mano, hasta bien entrada la noche.
Aquella situación nos desbordó y en muchos momentos nos sentimos invadidos en nuestro propio hogar, con dificultad para poder establecer unas rutinas y poco tiempo para descansar y disfrutar de nuestro bebé.
La segunda maternidad te brinda la oportunidad de aprender de los errores pasados y poder vivir de otra manera ciertos momentos, así que con Pulguita no queríamos que la historia se repitiera. Deseábamos poder intimar con nuestra hija en sus primeros días como no pudimos hacer con el mayor y además considerábamos que nuestro hijo necesitaría tiempo para acostumbrase a su nueva familia de cuatro, sin estar viendo diariamente su casa llena de gente.
Como ocurre siempre en estos casos fue a mi marido a quien le tocó lidiar con la situación y velar por conseguir la intimidad que yo tanto ansiaba.
Quizá fue el hecho de que Pulguita ya no era “la novedad” entre la familia y los amigos, o quizá fue que la inmensa mayoría de la gente sabía ya (por propias carnes o por experiencias cercanas) lo que suponía los primeros días en casa con un recién nacido, pero el caso es que todo salió como queríamos.
A pesar de que hubo quien no entendió que nos apeteciera estar solos la mayor parte del tiempo, la inmensa mayoría de la gente no sólo lo comprendió sino que fue tremendamente respetuosa con nuestra decisión, no la cuestionaron en ningún momento y supieron esperar sin presiones a que les avisáramos una vez me hubiera recuperado de la operación y nos hubiéramos adaptado a la nueva situación.
El hecho de tener las visitas controladas y escalonadas, tanto en el hospital como en casa, nos permitió dos cosas fundamentales:
- establecer la lactancia desde el inicio al poder tener a mi hija sobre mi pecho desnudo la práctica totalidad del tiempo y amamantarla a demanda, lejos de miradas y comentarios
- e imprimir de naturalidad e intimidad el nacimiento de la peque de cara a facilitar la adaptación de nuestro Mayor.
Cuando fuimos a la revisión de los quince días, la enfermera nos preguntó cómo llevábamos el tema de las visitas y se sorprendió gratamente de que estuviera bajo control. Nos dijo que siempre le gustaba aconsejar sobre ello porque en ocasiones había visto a los nuevos padres realmente agobiados con esto. “El papá tiene la función de revolotear en torno a la madre y el recién nacido como si fuera un abejorro, espantando a las visitas molestas que se aposentan en el sillón más de diez minutos” – nos decía – “Las visitas deben ser respetuosas con la situación y ya que van a casa que lleven tuppers de comida, hagan la compra o limpien la casa”. Lo cierto es que su consejo me pareció de los más sabios y coherentes que me habían dado nunca.
Es cierto que el tema “visitas” es complejo de gestionar. Habrá familias a las que no les moleste en absoluto ver sus casas llenas de gente que quiere conocer al recién nacido, pero, por lo general, la inmensa mayoría vamos buscando una intimidad que en ocasiones, nos es negada y que debemos intentar buscar por nuestro propio beneficio y, sobre todo, por el beneficio del recién nacido y sus hermanos (si los hubiera).
A mí es algo que me agobia TREMENDAMENTE y no sé muy bien cómo gestionarlo. Puedo comprender que la familia quiera conocer al bebé y en cierto modo, tengan derecho a ello como familiares. Pero a mí en ese momento el único derecho que me preocupa e interesa es el de mi bebé, el de mi mayor, el de mi marido y el mío. LO SIENTO por la familia. Repito que no sé cómo enfocarlo, pero lo que tengo claro es que no voy a dejar que me pase como con el primero. Que parecía que cada vez que me iba a sacar la teta iba a recibir la ovación del público.
Por encima de cualquier “derecho” y lo entrecomillo que puedan tener los familiares, está el mío a la intimidad. Guste a quien guste.
Ay, tema complicado… Ya sabes lo que yo pienso sobre esto. En mi caso no avisamos a nadie hasta 12 horas después de nacer los mellizos, hasta que yo subí al fin a planta y tuve una idea más o menos clara del estado de salud de mi hija. Para no herir susceptibilidades, mi cesárea fue oficialmente de urgencia (aunque en realidad fue programada), así es como conseguimos que nadie se enfadara por tardar tanto en avisar. Y en cuanto a las visitas, todo el mundo fue bastante respetuoso pero mi madre pretendía quedarse allí todo el día y tuve que soltarle muchas indirectas. De hecho, al segundo día me dieron a mi hijo y le dije a mi marido que se fuera a dormir a casa (estaba destrozado del sillón horrible que había en mi habitación). Yo estaba deseando quedarme a solas con mi hijo y pasarme la noche haciendo piel con piel y dándole teta así que no le dije a nadie que esa noche dormía sola (para que nadie se ofreciera a quedarse).
Y bueno, al llegar a casa al principio no me freían mucho a visitas porque tenía al niño conmigo y a mi hija en la incubadora y estaba todo el día de arriba para abajo. Cuando tuve a los dos en casa dos meses después volví a tener algún encontronazo con mi madre otra vez pero yo soy partidaria de más vale una vez rojo que ciento amarillo. Así que nos gritamos un par de veces y luego todo quedó bastante claro.
Me temo que si vuelvo a tener otro lo voy a tener más difícil para engañar a la familia porque con alguien se tendrán que quedar los mellis, pero bueno, se los dejaré a mi madre que es la más “peligrosa” en ese sentido. Mi suegra, en cambio, respetuosa 100%.
La gente me dice que soy muy dulce pero debajo se esconde una nazi, jajaja. Hablando en serio, en el hospital hubo un día en que se juntaron mil personas y me di cuenta de que eso no podía ser, que mi hija, mi marido y yo requeríamos de totalidad para conocerlos,y los eché a todos de allí. Y por supuesto en casa controlamos mucho las visitas. Que yo soy muy bruta, pero tenía muy claro cómo son las cosas. Ahora, cuando una amiga se embaraza le doy dos consejos: que no haga caso de todos los consejos, porque no todos son buenos y es ella quien conoce a su hijo y debe guiarse por su instinto, y 2) que lo primero son ellos, al margen de lo que todos los demás digamos y pensemos.
Creo que poco a poco la gente va siendo consciente de que hay que respetar estos momentos, pero aún falta mucha concienciación.
No quería decir totalidad, sino intimidad 😉
Sólo de pensar en las visitas después del parto… se me pone una mala leche. A mi me amargaron pero bien. Eso si con el segundo ya me encargaré de q no pase lo mismo.
Me anima saber que con el segundo parto sí conseguisteis controlar a la visita a vuestro estilo. Porque yo con el nacimiento de la bichilla me he llegado a poner de una mala leche ¡y hasta he llorado y todo de enfado contra el mundo que no me dejaba disfrutar de estos primeros días a solas! Supongo que las hormonas también tendrían algo que ver, pero el caso es que la mala leche me sigue durando, y por eso no querré ver a nadie si algún día le damos un hermanito. ¡A ver si también logramos controlar a las masas como vosotros!