El otro día Miriam Tirado se quejaba en su página oficial de Facebook de lo grosera que le resultaba la gente que opinaba sin permiso acerca de su embarazo, de su tripa o de su aspecto físico. Ella alude estar viviendo una etapa maravillosa y feliz y no le gusta que la gente la mire con cara de lástima, le den ánimo o la compadezcan por verla “gordita”.
La entiendo perfectamente porque a mí me pasa lo mismo pero al contrario. Me explico.
Estoy feliz con mi embarazo, eso no lo puedo negar. Estoy deseando conocer a Pulguita y dar por finalizada esta etapa que, en contra de lo que le sucede a Miriam, para mí está siendo muy dura. Es cierto que ahora que echo la vista atrás tengo la sensación de que el tiempo ha pasado rapidísimo y de que quizá no haya disfrutado lo suficiente, como comentaba el otro día, pero la ansiedad y los problemas (aunque pequeños, ¡gracias a Dios!) me han acompañado desde el primer minuto y eso, a la larga, acaba haciendo mella. Nueve meses son muchos meses si no se lleva con positivismo y buen estado físico.
No pretendo que nadie me compadezca pero sí que empaticen conmigo.Por eso no me sienta bien cuando escucho comentarios del estilo: “¡Cualquiera diría que estás embarazada!”, “Estás estupenda”, “Te veo más guapa que nunca”, “¿Sólo te quedan dos semanas? ¡¡Pero mujer, si eso no es nada!”, “¡No has engordado absolutamente nada!”… y un largo etcétera.
Objetivamente son frases geniales que toda embarazada querría escuchar. Son piropos en toda regla dichos con la mejor de las intenciones para agradar y animar, pero en mí provocan el efecto contrario (de nuevo echaré la culpa a las hormonas por estar tan irascible).
Lo cierto es que he engordado 20 kilos (así que el embarazo Sí se me nota… ¡¡y mucho!!) y me siento como una boa que acaba de zamparse a un hipopótamo. He perdido agilidad y flexibilidad y levantarme del sillón supone un verdadero reto olímpico (con taquicardia incluida). Camino con tanta lentitud que hasta un bebé dando sus primeros pasos me adelantaría y cada movimiento que hago va seguido de un pinchazo espantoso en la parte baja del vientre y en la vejiga que prácticamente me parte en dos.
No pego ojo por las noches (ya hablaré del binomio insomnio-embarazo en otro post) y cuando me miro al espejo no me veo “estupenda“, ni “radiante” ni “mejor que nunca” sino un verdadero zombie. Las náuseas cedieron al final (¡después de siete largos meses ya iba siendo hora!) pero dieron paso a un horrible ardor de estómago que hace que no pueda comer prácticamente nada a pesar del hambre atroz que tengo.
Tampoco me gusta (no me ha gustado nunca) que se hable de mi tripa si no pregunto por ella previamente. No me gusta que me digan si está muy alta, si está muy baja y el parto se acerca (¡eso me asusta mucho!), si tengo o no tengo estrías, si está ladeada, si es pequeña o tremendamente grande. Mi tripa es mía y no me gusta que la comparen ni la analicen… ¡¡ni la toquen!!
Así que cuando escucho que estoy “divina” y “que no me queda nada” (15 días con sus 15 noches se me antojan una eternidad) me entran ganas de echarme a llorar desconsoladamente. Quizá esté un poco quisquillosa últimamente y aunque en el fondo deba agradecer tantos comentarios bonitos en torno a mi embarazo, no me terminan de sentar del todo bien porque me siento incomprendida, quejica y quizá algo…¡loca!
Jajaja cualquiera te da ánimos que muerdes ! Es broma! , por lo menos promete que sonreirás!
Tienes derecho a sentirte mal, a estar quejumbrosa (no esta siendo fácil no) y quienes te queremos, sabremos esperar a que todo pase y estés de nuevo feliz como una perdiz con tu maravillosa familia!
Un último esfuerzo reina! Que todo estará bien empleado cuando pulguita este aquí!
Jajajaja! Me has hecho reír sí! ¿Tan mal estoy como para transmitir que “muerdo”? jajajaja, ¡me has dejado preocupada nena!