Érase una vez una princesa que vino al mundo en un frío día de invierno. Su belleza era tanta que sorprendía con sólo mirarla y su corazón, lleno de bondad, era capaz de derretir palacios de hielo.
La pequeña princesita tenía el cabello largo y dorado como Rapunzel, verdes ojos como el mar y labios color carmín. Su tez era blanca, como su princesa de cuento favorita, y si algo le apasionaba era bailar, bailar y bailar como Cenicienta en el castillo.
El paso del tiempo dotó a la princesa Bella de gran sensibilidad, carácter apasionado y un amor inmenso que regalaba en cada abrazo, cada beso eterno y cada sutil parpadeo.
La princesa no vivía en un castillo, no había hechizos ni embrujos a su alrededor, ni sufría la enemistad de una malvada madrastra. Su vida era tremendamente feliz, acompañada de príncipes que la adoraban, de hadas madrinas y duendes mágicos que hacían realidad sus sueños y de algún que otro enanito al que cuidaba y protegía.
¡Y así deberá seguir siendo siempre, princesa!
En ti está la fuerza y el valor para lograr lo que te propongas: para descongelar el mundo, para soplar y soplar hasta derribar los muros que encuentres a tu paso o para cabalgar valiente hasta el infinito y más allá.
Pero de momento continúa disfrutando sin fin de tu particular País de Nunca Jamás. Se feliz, vive tus propias aventuras, ríe, sueña, diviértete y se la dueña de tu cuento.
Y colorín colorado esta historia sólo acaba de empezar…
¡Feliz tercer cumpleaños!
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